jueves, 9 de mayo de 2013

NOSCE TE IPSUM (Sur de Laos)

Sabaidee!

Empezare el post mandándoos un fuerte abrazo a todos los lectores que es tanto como decir a todos mis amigos y familia! He cumplido aquí en el viaje 28 años y aunque la distancia física me separa de vosotros el cariño me acerca aún más.

Ha pasado ya bastante tiempo desde que os hable sobre el norte de Laos, un buen amigo me dijo que las experiencias de estos viajes son muchas y demasiado intensas como para digerirlas durante el trayecto. Por suerte, con o sin digestión,  los recuerdos más vivos en nuestra memoria proceden de las cosas que más nos impactan y por ello aun puedo contaros cuanto vi y viví en la segunda mitad del viaje a Laos.

La historia comienza en Vientiane, la capital de Laos. A decir verdad nadie diría que es la capital de un país si se tiene en cuenta su tamaño (con solo 250.000 habitantes) y su relajado ritmo de vida. Llegue aquí casi por obligación para gestionar la extensión de mi visado, pues en Vang Vieng, mi última parada antes de llegar a Vientiane, se estaba demasiado bien como para irse sin un buen motivo. El cambio no fue dramático en absoluto: fantásticos restaurantes franceses, nuevos amigos y una fiesta continua por el año nuevo de Laos! En efecto, hace unos 2500 años nació el Buddha y tanto en Laos como en Tailandia, Cambodia y Myanmar lo celebran con una guerra de agua, talco, mucha música y alcohol, una combinación que no sé si será muy budista pero desde luego es divertida.

En el sudeste asiático el verano aprieta y la mejor forma que los vientianis tienen para combatir el calor durante el día (además de jarrazos de agua debido al ano nuevo) es tomar una buena sauna! Aunque nos suene raro no es más paradójico que la costumbre de los bereberes de tomar  té caliente en el desierto y es que, si sales de la sauna con el cuerpo bien caliente, los treinta y pico grados que hacen afuera son una temperatura muy fresquita.

Un “sleeping bus” nocturno me llevo a Pakse, ciudad en donde se cruzan todos los principales caminos del sur. El mío me llevaba a la Bolaven Plateau, una verde región que esconde enormes cascadas, muchos pueblos de madera y bambú donde al hilo del ano nuevo te reciben calurosamente (y con varios jarros de agua) y extensas plantaciones de café. Los franceses descubrieron que esta región albergaba las mejores condiciones para el cultivo del café: un clima cálido y húmedo, una altura adecuada sobre el nivel del mar y tierra volcánica; así que se pusieron manos a la obra y comenzaron a plantar café de las mejores variedades y en grandes cantidades para después exportarlo al resto del mundo. Sin embargo, durante la guerra de Vietnam, americanos y vietnamitas sembraron minas en lugar de café y el cultivo de la tierra resulto demasiado peligroso para los locales durante décadas. Esta situación está cambiando en los últimos años, pues las labores para desminar la región y las miles de minas que han seguido explotando mucho después de que terminara el conflicto (en 2011 aun hubieron 300 accidentes por explosión de minas en Laos) han conseguido limpiar lo suficiente algunas partes para recomenzar la siembra del café.  Hasta Marco, un simpatiquísimo italiano con el que viaje durante varios días, alucinaba con el sabor del café, que nos hizo realizar muchísimas más paradas de lo necesario con nuestras motos en las excursiones por la zona.

Por impensable que parezca, resulta difícil escapar de la fiesta en Laos y decidí irme junto a Marco a Tad Lo, un pequeño pueblecito perdido al lado de unas grandes cascadas para tener unos días de paz y de disfrute tranquilo de la naturaleza. No obstante, unos 10.000 laosianos pensaron que ese pueblecito era el lugar ideal para seguir festejando el año nuevo, así que hubo que resignarse a seguir de fiesta junto a los simpáticos laosianos y la pequeña comunidad de extranjeros que residen de forma permanente en Tad Lo. Estos últimos tienen una buena historia detrás, una se enamoró de un laosiano, otros del lugar y alguno tan solo del riquísimo café y decidieron dejar atrás sus vidas en la vieja Europa para comenzar de nuevo aquí. Estas historias las escuchas frecuentemente cada lugar fascinante que visitas en Asia, el mundo ofrece muchas más oportunidades de las que somos capaces de pensar viviendo en nuestros países, solo hace falta viajar para verlas y valor para aprovecharlas.

La última parada en Laos fue la región de las 4000 islas, en donde el Mekong, rio cargado de historia y de vida, ensancha unos 14 kilómetros, y su tranquilo paso acaricia los bordes de los miles de islotes que emergen sobre sus aguas. En uno de los más grandes, Don Dep de nombre, un puñado de hostales y restaurantes se han establecido en los últimos anos y proporcionan las comodidades que requiere el emergente turismo de Laos. En realidad no hay mucho que hacer por aquí, pero la zona es muy bella y muy tranquila y el agregado de estas tres cosas atrae cada vez a más mochileros y turistas.

En estos tranquilos días, además de darme chapuzones en el Mekong, leer y socializar con otros viajeros reflexione bien a gusto sobre preguntas existenciales que me persiguen desde hace tiempo. Preguntas como ´quién soy yo´, ´qué papel tengo en el mundo´ y muchas otras que más allá del mero gusto intelectual de dar vueltas a conceptos teóricos, nos ayudan a entender mejor el mundo que habitamos y, desde ese entendimiento, ir con menos miedo y con el rumbo más claro para disfrutar de él.

El próximo destino que visito –y desde donde os escribo- es Nepal, un país que engaña por su tamaño. Los 15 días que pasé aquí junto a mi hermana hace 4 años apenas dieron tiempo para enamorarme de él y decidirme a volver. Ahora, con más tiempo, aprovechare para ver más, subir más alto y aprender nuevas lecciones vitales.

Empiezo como acabo, mandándoos un sentido abrazo y deseando que disfrutéis del buen tiempo que ahora debe de hacer por España.

































































Y alegría!!!