11 de abril
Sabaidi!!!
Parece tailandés, pero ¡no lo es!
Estoy en Laos, un país pequeño, pobre y precioso. La historia no ha sido una
buena amiga de los laosianos, que han visto como sus vecinos mayores invadían y
se repartían sus tierras casi desde el momento en que se formó como nación. En
los años 70, EEUU y el Viet Cong llevaron su conflicto aquí pese a la
neutralidad de Laos y le sometieron al mayor bombardeo que ha recibido un país
en la historia. Tras la victoria del frente comunista en Vietnam, estos no
tardaron en presionar para que Laos siguiera sus pasos. El comunismo no mejoró
la vida de los laosianos, pero, desde hace unos años, el Estado ha adoptado la
fórmula "comunista" que ha triunfado en Vietnam o en
China: derecho a invertir y a ser propietario + dictadura totalitaria
+ pocos derechos sociales o políticos = capitalismo desenfrenado.
Y con esta fórmula, el progreso
económico va llegando finalmente a este país (todavía uno de los 50 países más
pobres del mundo en 2011) de la mano del turismo y de las inversiones que
Vietnam, Tailandia y, sobretodo, China van haciendo. Laos todavía es un país
muy tradicional en el que la gran mayoría de la población vive del cultivo del
arroz en pequeños pueblos con casas de bambú, pero el progreso avanza rápido.
Recuerdo que hace apenas 4 años mi hermana Lara viajó aquí y describió Laos
como una tierra preservada de la globalización y del turismo de masas; todavía
diría que el país entra -con calzador- en esta definición, pero estoy
convencido de que el viajero que venga dentro de otros cuatro años verá algo
muy distinto.
Comencé el viaje por la zona norte de
país, cruzando el Mekong en Huay Xai. Quería probar la experiencia de viajar
haciendo AutoStop, así que comencé a andar con el macuto por la carretera que
me llevaría a Luang Namtha. Los laosianos son de lo más simpáticos, una gente
muy humilde y algo más extrovertida que sus vecinos de Tailandia y, pese a que
no hay mucho tráfico en este país, no tardaron en parar para acercarme, aunque
sea solo un trecho. Esto abre la puerta a conocer nueva gente local que, si
bien no hablan mucho -ni poco- ingles, lo compensan con sus buenas intenciones.
Cierto que el autobús es mucho más cómodo y solo costaba 6 E, pero la
experiencia vale mucho más. Cada vez me doy más cuenta de la paradoja de que
cuanto menos gastas en el viaje, éste se vuelve más auténtico y divertido.
El norte es la zona más montañosa del
país. Las carreteras dejan, como poco, mucho que desear y muchos lugares son
difíciles de acceder. Esto ha provocado que aún existan lugares preservados del
desarrollo en los que el estilo de vida no ha cambiado demasiado en los últimos
500 años. En Laos hay unas 134 minorías étnicas que representan un 30% de
la población y muchas de éstas residen en pequeños poblados en el norte. No me
atreveré a hablar mucho de ellas, pues apenas he dado algunos paseos por
algunos de sus pueblos, pero sorprende ver estos sus casas de bambú, sus
humildes escuelas, los vestidos tradicionales que aún lleva la gente mayor y,
sobretodo, un estilo de vida muy alejado del que conocemos en occidente. Cada
minoría étnica preserva su lengua y su cultura; cada una tiene su propia
historia que, en la mayoría de casos, incluye una migración a Laos desde otro
país en donde no se respetaban sus costumbres o se les imponía una forma de
vida contraria a éstas.
Por desgracia, no pude adentrarme todo
lo que hubiera querido en esta región, un virus estomacal me mantuvo una semana
en la cama con fiebre y diarrea. La soledad se hace más dura en estos momentos.
Se echa de menos a la familia, recuerdas a los buenos amigos y deseas estar más
cerca de un hogar donde ponerte bueno tranquilamente. No fueron esos los
mejores días de este viaje, pero hay que asumir que es parte de él y que, de lo
malo, también se aprende si te das tiempo para aceptarlo y tienes energía vital
para sacar una lectura positiva.
La dieta extrema a la que me había
sometido me había dejado muy débil y decidí ir al sur, donde hace más calor,
hay ciudades más acogedoras y la recuperación sería más sencilla. Para ello,
volví a Huay Xai y cogí un barco que me llevaría, tras dos días de viaje por el
río Mekong a Luang Prabang, capital histórica de Laos y una ciudad de lo más
inusual. Cafés y restaurantes de estilo afrancesado se asoman desde la alta
colina rodeada por los ríos Mekong y el Nam Khan, en donde se instala la ciudad
y desde ellos turistas o gente del lugar ve tranquilamente el ir y venir de los
largos barcos de madera que traen y se llevan gente y mercancías. La selva
rodea todo el enclave, y el clima tropical marca el ritmo. La ciudad se
amoldaba perfectamente a mis pretensiones, pues, hasta entonces, había
preservado mi soledad como algo sagrado para darme tiempo a la lectura, la
reflexión, la fotografía y otros hobbies y sensaciones que no son tan fáciles
de realizar o sentir en compañía. Estas intenciones se desvanecieron en cuanto
empecé a conocer a otros viajeros y a disfrutar junto a ellos de los divertidos
planes de día y, sobretodo, de noche que la ciudad ofrece.
La siguiente parada fue Vang Vieng,
después de un largo viaje cansado y fantástico haciendo Auto Stop. Esta ciudad
me atrapó desde que, nada más llegar, ya de noche, conocí a otros viajeros y,
apenas habiendo dejado el macuto en mi bungalow, me fui con ellos de fiesta.
Ésta es algo diferente a la que encuentras en España (en Luang Prabang, por
ejemplo, la gente después de ir a beber unas cervezas al bar continúa la fiesta
en la bolera): la gente se concentra en pocos bares, con lo que sueles
coincidir con la misma gente, ladyboys se insinúan a quien se les acerca, unos
cuantos noreuropeos se esfuerzan en dejar el bar sin alcohol, música animada,
gente abierta a conocer nuevos amigos y, sobretodo, ninguna idea de cómo
acabará la noche.
Pero no solo hay vida nocturna en este
paraje. Lo mejor lo ves durante el día, pues la ciudad está rodeada de altas y
escarpadas montañas, colmadas de árboles tropicales y de un río grande y
limpio. Y entre las montañas y el río, hay suficiente entretenimiento para un
mes. Puedes hacer trecking, ver larguísimas cuevas, hacer kayac, bañarte en
piscinas naturales o, incluso, irte a hacer Tubbing, la atracción estrella de
la ciudad, que es algo tan simple como bajar en donut por un río e ir parando
en los bares que hay en los laterales. Lo mejor, como siempre, es la gente que
vas encontrando y con quienes vas compartiendo tu historia y tu alegría. La
mayoría de amigos que haces están de paso y raro es que los veas más de dos
días, pero pronto vienen otros nuevos y este proceso te recuerda que el
presente es lo único que cuenta. Ellos llenan el hueco que a veces sientes
cuando viajas solo y, aunque la soledad sea idónea para aprender y sentir
ciertas cosas, tengo claro que la auténtica felicidad nace en sociedad.
Y hasta aquí la mitad del viaje a
Laos, un país que me tiene demasiado enganchado como para abandonarlo todavía.
El sur promete buenas aventuras que os contaré encantado en la siguiente
entrega. Desde este rincón del mundo os envío un abrazo muy fuerte y os
doy las gracias por todos los mensajes de ánimo que me habéis transmitido con
el blog.
Jack Johnson -
Better together www.youtube.com/watch?v=V7kzpZ2sBIw
Pearl Jam - I am mine www.youtube.com/watch?v=N67zO-xAmwE
Pearl Jam - I am mine www.youtube.com/watch?v=N67zO-xAmwE
Y alegría!!!
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