26 de enero
Sus-dei!!
Tras dos días y pico de viaje llegamos
a la tierra de los Kmer, Camboya (lo unico fiable del transporte tailandés
es que llegarás tarde). Nuestro primer objetivo eran los míticos templos de
Ankor, así que nos instalamos en un hotel tan cutre como barato (3$/pax) en
Siem Reap, una ciudad perfecta para organizar excursiones a los alrededores con
las prehistóricas bicis que alquilamos. Con tanto turista, Siem Reap se parece
a un Benidorm sin playa, pero la verdad es que, después de dormir unos cuantos
días sobre el suelo y de estar alejados de las comodidades del "mundo
civilizado", duermes en un colchón o te tomas un cafecito bien hecho y te
sientes como un rey.
De nuevo pisábamos un país sin tener
ni pajolera idea de qué nos encontraríamos, salvo por las referencias que otros
viajeros nos dieron durante el camino. Lo bueno de vivir al margen de la
Loonely Planet es que, como tienes que improvisar tus planes y no te ubicas
nada, es normal acabar perdido por cualquier lado, casi siempre en sitios
mejores que el que tenías en mente al inicio del día. Por ejemplo, en nuestra
primera expedición a un grupo de templos en Rulous paramos a descansar con la
bici al lado de una carpa con música y, al poco, nos invitaron adentro de la
fiesta (que resultó ser una boda), en donde comimos, bebimos y bailamos durante
horas. Allí conocimos a Voam, un chico humilde que nos adoptó rápidamente
como amigos y nos invitó a conocer a su familia, que, como es habitual en
Camboya, viven en una casa de madera elevada sobre el suelo y rodeada de
pequeños huertos y algunos animales. El dinero que gana la familia se pone en
común para pagar la comida, la ropa, la escuela de los chicos y poco más. Lo
bueno es que tampoco necesitan más para ser felices. El budismo, la religión
del país, afirma que el sufrimiento no es más que el hambre de tener más y más.
Sin ese hambre, no hay sufrimiento.
Por supuesto, estas experiencias no
serían posibles de no ser por la infinita generosidad y simpatía de los
Camboyanos. De hecho, es lo primero que salta a la vista cuando llegas a
Camboya. Miras a alguien e invariablemente te responde con una sonrisa sincera
que, por arte de magia, hace que te sientas mejor y sonrías de vuelta. Viendo
lo buenas personas que son en general, no resulta fácil entender cómo, hasta
hace apenas 21 años, estuvieron a tiros en una larga guerra civil que acabó
dos millones de personas (de un país con 10 millones de habitantes) y con toda
la clase intelectual del país.
Como no podía ser de otra forma,
visitamos los famosísimos templos de Ankor, la octava maravilla del mundo y de
los que tanta gente habla con apasionado entusiasmo. Y claro, con las
expectativas tan altas, resulta difícil sorprenderse positivamente. Los templos
son imponentes, son la huella de un imperio riquísimo, una época dorada que el país
nunca recupero, y están muy bien conservados pese al tiempo y al ataque de la
naturaleza, que ansía recuperar su territorio (eso quizás sea lo más bonito de
ver); pero tras 5 días de excursiones en bicicleta por Ankor, no queríamos ver
templos ni en las postales. Algo bueno -aparte de ocho millones de fotos- nos llevamos
de Ankor, a Susana, una alegre actriz barcelonesa que se convirtió en nuestra
compañera de viaje adoptiva hasta que nos fuimos de Camboya.
El barco que nos llevó de Siem Reap a
Batdambang fue de lo mejor del viaje. Atravesamos verdes humedales sin más
población que las miles de aves que moran en la zona; pasamos por pueblos
flotantes en donde todos los niños nos saludaban al pasar; y, finalmente,
fuimos por un canal más estrecho, esquivando pescadores en el río y siendo
observados por campesinos de la zona. Batdambang es una ciudad que conserva la
arquitectura francesa de la época colonial, sus calles tienen cierto encanto
pese a estar medio destrozadas y, sin duda, es un buen sitio para relajarse.
Allí conocimos a Andy, un rastafari alemán que, junto a otros amigos, ha
montado un proyecto para ayudar a los niños y familias que viven junto (o
incluso dentro) del vertedero municipal. Fuimos a ver el proyecto. Es increíble
como ese esfuerzo suyo y de otras personas en Alemania que financian el proyecto
han provocado una mejora real, visible y evidente en mucha gente. También vimos
la fea cara de la miseria al adentrarnos en el vertedero y ver a las familias
que sobreviven rebuscando en la basura. Sus formas tan solo se adivinan entre
la niebla formada por el humo de la basura quemada. En sus caras no había
felicidad o tristeza, supongo que eso solo te lo planteas después de tener
asegurada la supervivencia.
No hubo tiempo para más. Borja se
vuelve a casa y le he acompañado a Bangkok, que en esta segunda visita parece
mucho más acogedora. Se va este gran amigo y le voy a echar de menos, pues
hemos vivido muchos grandes momentos en este viaje y antes, pero su marcha abre
el camino a una nueva etapa en la que viajaré solo. Mucha gente en España ve
con miedo o escepticismo esto de viajar solo por el mundo, pero tras haber
probado la experiencia en Borneo y en la India, sé que es la manera de vivir
con muchísima más intensidad muchos aspectos del viaje; de tener la
libertad absoluta de hacer lo que te apetezca; concederte un tiempo para
conocerte y saber qué es lo que realmente quieres. Luego solo hace falta ir a
por ello :)
Y basta de palabras. Mejor os
muestro lo que he visto (con banda sonora, por supuesto!)
Alegría!!!
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